miércoles, 18 de mayo de 2011

La niñez en la historia


La niñez ha sido vista de diferentes formas a lo largo de la historia. Hubo una época en que se veía al niño como "adulto pequeño", es decir no se conocía la infancia. Luego aparecen dos formas totalmente opuestas de ver a los niños como "esencialmente malos" o "esencialmente buenos".
El niño, antes de la modernidad, era considerado como un adulto pequeño, hacía parte del engranaje de una sociedad y se educaba para ser adulto, para ayudar a conservar el grupo social. Al desintegrarse esa cohesión, se vuelca la mirada al sujeto individual. Dentro de esa concepción empieza a configurarse el niño como sujeto, como ser real capaz de percibir el mundo de una manera diferente a la del adulto.
El término “niño” no ha tomado su acepción moderna sino hasta el siglo XVII. Antes, no se sabían distinguir las diversas edades, y el término de niño se aplicaba muchas veces incluso a los adolescentes de 18 años. Sólo en los siglos XVII y XVIII aparecen palabras de sentido más limitado, como “bambin” o “marmot”, a las que el siglo XIX añadiría la de “bebé”.
Esta conquista del niño ha sido paulatina y solo hasta principios del siglo XX, con los aportes de la psicología congnitiva y del psicoanálisis, con los conceptos de desarrollo evolutivo, con la mirada hacia la infancia para descubrir los origenes de los complejos y los caracteres, con la plenitud de la conciencia histórica del hombre, es que la noción de niño llega a configurarse como un estatuto digno de ser mirado y estudiado desde todas las disciplinas.
Los saberes modernos privilegiaron la infancia como objeto de investigación científica y de intervención social y tuvieron como efecto una ampliación y complejización de la mirada sobre la infancia, la cual se convirtió en la etapa de mayor importancia en la vida del ser humano.
Mientras distintas disciplinas científicas se preocupan por entender y conocer más sobre el niño y las etapas de su desarrollo evolutivo, la situación social y económica fue dando lugar a la aparición de la idea del niño como propiedad, se le veía como un ser inferior, cuyo destino debía ser controlado por los adultos; se le exigía una actitud conformista y pasiva, y se le valoraba únicamente por su capacidad de trabajo. Así surgió también la necesidad de crear leyes para regular el trabajo infantil.
En el contexto del interés superior del niño, la Convención Internacional de los Derechos del Niño establece su protección en cualquier trabajo que obstaculice su desarrollo integral, y ubica a niñas, niños y adolescentes como principales destinatarios de las políticas sociales. Esto deja claro que la sobrevivencia económica de la familia no puede ser excusa para justificar el trabajo infantil. No es a las niñas, niños y adolescentes a quienes compete suplir las carencias familiares.
Aunque la concepción del niño en el plano psicológico, ético y jurídico ha evolucionado, la realidad económica y social que dio lugar a la idea del niño como propiedad o recurso económico persiste y sirve de sustento ideológico a la práctica del trabajo y la explotación económica de millones de niñas, niños y adolescentes en todo el mundo.
Hace 100 años, los niños tenían una significativa presencia como fuerza laboral en los países industrializados (en algunos casos de hasta un 50%), trabajando jornadas laborales de hasta 13 horas diarias.
Actualmente el problema no ha sido resuelto, y se carece de información suficientemente confiable acerca del número real de niñas y niños en esta situación.
En América Latina, las niñas y los niños trabajan mayoritariamente en el sector informal de la economía, con frecuencia invisibilizados en talleres caseros de reparación, en la producción artesanal de bienes de consumo, como vendedores ambulantes en las calles, o bien en los basureros recolectando desechos.
Entre los años 30 y la década de los 50 el conductismo dictaminó que lo que verdaderamente cuenta en el desarrollo es lo que viene de afuera: el aprendizaje. La psicología navega entre dos alternativas: el niño viene a este mundo dotado de estructuras innatas y posee mecanismos propios para el desarrollo de las mismas o bien el niño es una "tabula rasa" y todo, lo adquiere en contacto con el medio.
Partiendo de la definición de aprendizaje entendido como “modificación continua del propio comportamiento en base a la experiencia adquirida”, podemos trazar las líneas que caracterizan este cambio. La edad que a nosotros nos interesa es la del niño y ha sido durante muchos años objeto de estudios e investigaciones, aunque no siempre con fines didáctico-pedagógicos. Hemos pasado del concepto de “niño” como un hombre pequeño que se prepara para la vida, al concepto de la mente del niño que se asemeja a una tabla rasa, sobre la que todo está por escribir. Hoy, podemos afirmar que el niño tiene una autonomía propia y una dignidad propia en cuanto tal, y no en preparación de algo. Y podemos también afirmar que no todo está por escribir, porque los factores del aprendizaje pasan a través del patrimonio genético e interacción con el medio ambiente, mediados por las formas significativas de la experiencia.El niño es seguramente una esponja, especialmente en la franja de edad que comprende de los 5 a los 12 años, que absorbe todo lo que entra en contacto con ella, para después volver a sintetizar y “recordar” solamente aquellas formas de experiencia que considera significativas.
El niño es esencialmente sugestionable. Si se le dice sin cesar que es malo, torpe, egoísta, embustero, etc., se le hunde, se le hace decaer de tal manera que no podrá salir de allí. Los niños tienen más necesidad de estímulos que de castigos.
La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeñan en el niño un papel importante en la elaboración de esa madures psicológica en la que bordan cada día sus actos y pensamiento.
Recordemos la observación de Goethe, aplicable a los niños y a los hombres: "Si consideramos a los hombres como son, los haremos ser más malos; si los tratamos como si fueran lo que deberían ser, los conduciremos a donde deben ser conducidos".
Tanto en la alabanza como en la reprensión, en el premio como en el castigo, es necesario tener mesura, lógica y justicia. Mesura, porque el exceso termina por desconcertar y hasta hace dudar del juicio de quien ejerce la autoridad. Lógica, porque ¿qué significa felicitar hoy una acción que mereció ayer una crítica?; Justicia, porque un premio no merecido pierde su interés y su fuerza.
Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado, que por el resultado obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga para él más importancia que una golosina.
El período de desarrollo que va de los seis a los doce años, tiene como experiencia central el ingreso al colegio. A esta edad el niño debe salir de su casa y entrar a un mundo desconocido, donde aquellas personas que forman su familia y su mundo hasta ese momento, quedan fuera. Su éxito o fracaso en este período va a depender en parte de las habilidades que haya desarrollado en sus seis años de vida anteriores. Este hecho marca el inicio del desarrollo del niño como persona en la sociedad a la que pertenece, la cual hace exigencias que requieren de nuevas habilidades y destrezas para su superación exitosa, y es, a través del colegio, que se le van a entregar las herramientas necesarias para desenvolverse en el mundo adulto.
La entrada al colegio implica que el niño debe enfrentar y adecuarse a un ambiente nuevo en el cual deberá lidiar con demandas desconocidas hasta ese momento para él, aprender las expectativas del colegio y de sus profesores y lograr la aceptación de su grupo de pares. La adaptación y ajuste que el niño logre a este nuevo ambiente, como veremos posteriormente, tiene una importancia que trasciende lo inmediato.
El desarrollo del niño lo podemos separar por áreas; sin embargo existe una estrecha relación entre los aspectos intelectual, afectivo, social y motor. Lo que vaya ocurriendo en un área va a influir directamente el desarrollo en las otras, ya sea facilitándolo o frenándolo o incluso anulándolo, y provocando el regreso del niño a conductas o actitudes ya superadas
En el ámbito cognitivo, el niño de seis años entra en la etapa que Piaget ha denominado OPERACIONES CONCRETAS. Esto significa que es capaz de utilizar el pensamiento para resolver problemas, puede usar la representación mental del hecho y no requiere operar sobre la realidad para resolverlo. Sin embargo las operaciones concretas están estructuradas y organizadas en función de fenómenos concretos, sucesos que suelen darse en el presente inmediato;
Otra etapa importante es donde el niño debe desarrollar sus cualidades corporales, musculares y perceptivas, debe alcanzar progresivamente un mayor conocimiento del mundo al que pertenece y en la medida en que aprende a manejar los instrumentos y símbolos de su cultura, va desplegando el sentimiento de competencia y reforzando su idea de ser capaz de enfrentar y resolver los problemas que se le presentan. El mayor riesgo en esta etapa es que el niño se perciba como incapaz o que experimente el fracaso en forma sistemática, ya que esto va dando lugar a la aparición de sentimientos de inferioridad, los cuales van consolidándose como eje central de su personalidad.
El intercambio con los compañeros permite al niño poder confrontar sus opiniones, sentimientos y actitudes, ayudándole a examinar críticamente los valores que ha aceptado previamente como incuestionables de sus padres, y así ir decidiendo cuáles conservará y cuales descartará. Por otro lado, este mayor contacto con otros niños les da la oportunidad de aprender cómo ajustar sus necesidades y deseos a los de otras personas, cuándo ceder y cuándo permanecer firme.

BIBLIOGRAFIA

Enviado por:
Nayeli Lira Pena.Mexico.

sábado, 14 de mayo de 2011

Hijos en tiempos de dudas eternas

¿En qué momento los padres perdieron el sentido común? La pregunta es válida aunque la respuesta poco cambia el estado de situación que prevalece en muchas familias: inseguridad perenne a la hora de tomar decisiones referentes a la educación de niños y adolescentes, sobre todo al decir no en el momento adecuado. Este es uno de los varios temas relativos a la crianza de hijos en un mundo desorientado, que un psiquiatra y dos psicólogas uruguayas analizan en un libro recién editado en Chile, Hijos con personalidad...raíces y alas.

Alexander Lyford- Pike, Marianella Ciompi y María José Soler, tres profesionales que trabajan en el Instituto de Psiquiatría y Psicología de Montevideo, tomaron las inquietudes que los padres llevan a sus consultas y escribieron un libro en el que, ante todo, prevalece el sentido común. "La idea fue escribir un libro que hiciera aportes desde la vida real. Con contenido en cuan

to a técnicas y teorías, pero también muy práctico, con ejemplos que todos vivimos", explicó Soler.

El resultado es una guía para criar hijos con personalidades sólidas en tiempos de dudas permanentes. Ilustrado con dibujos que recurren al humor para describir situaciones con las que casi cualquier padre se puede identificar, el libro será distribuido por la editorial Alfa & Omega en México, Argentina, Colombia y Uruguay, desde marzo, con una tirada inicial de 20.000 ejemplares.

BALANZA SENSIBLE. En el camino de la modernidad, dicen los expertos uruguayos, los padres intentaron dejar de lado el autoritarismo tal vez excesivo que prevaleció en anteriores generaciones. Además, a la luz de teorías psicológicas que prevenían sobre eminentes traumas si el niño era disciplinado y limitado, las decisiones se convirtieron en momentos cada vez más difíciles de afrontar.

El resultado, en muchos casos, es un caos familiar que termina en problemas serios. En la presentación del libro que los profesionales realizaron en Chile, una serie de diapositivas mostraron la tragedia de las Torres Gemelas. "Los edificios no se cayeron por el impacto de los aviones. Se vinieron abajo porque sus vigas centrales se debilitaron. Eso provocó el colapso. Los peligros externos a la familia no son tan complicados. Lo son cuando se meten dentro. Ahí pueden generar el colapso", explica Lyford-Pike.

La idea base de la que parten los expertos es que los niños deben ser educados en el autogobierno de sí mismos, lo que implica también autocensura. En ese difícil proceso se definen las raíces y alas de las que hablan los autores. Y la combinación perfecta para desarrollar personalidades sanas, es "ternura con firmeza". Tal como explica Soler "las normas llegan si hay una base de afectividad. En frío, nunca entran de verdad".

La fórmula se define en términos sencillos, pero trasladarlos a la realidad no siempre es tan simple, reconocen los expertos. "Vemos padres muy inseguros a la hora de educar. Cuando tienen que establecer una regla en sus familias, consultan todo el tiempo. Buscan orientación para cosas que deberían ser contestadas por el sentido común", explica Ciompi. En la base de tal inseguridad está la pérdida de confianza, acota.

En contrapartida, los niños captan rápidamente y aprovechan la situación. "Si se dan cuenta de que cuando los papás dicen que sí o que no, no están seguros, entramos en una zona complicada", dice Soler.

Poner límites, advierten los profesionales, nunca fue tarea sencilla pero sobre todo no lo es en tiempos de estrés desmedido. "Cuando un padre llega a casa luego de una jornada agotadora, poner reglas y límites a sus hijos se transforma en otra tarea estresante", analiza Soler. A eso se agrega el constante sentimiento de culpa que domina a muchos padres: "¿tras que estoy poco lo voy a retar?". Esa es la realidad, pero no la excusa para bajar los brazos a la hora de criar hijos.

Del otro lado, la manipulación natural a la que todos los niños siempre han recurrido para intentar hacer lo que quieren, se vuelve mucho más efectiva ante la falta de fortaleza en los padres. "A veces no nos damos cuenta de lo grave que puede ser que un niño siempre tenga el poder en sus manos", explica Ciompi. Entre otras cosas, el hacer siempre "lo que quiero" termina generando una incapacidad para enfrentar frustraciones, que se presentarán inevitablemente a lo largo de toda su vida.

Por el contrario, cuando los hijos perciben que hay límites firmes -y razonables- responden con alegría, seguridad personal y estabilidad en el humor, señala Soler.

La falta de decisiones a tiempo, además, genera una personalidad infantil que se vuelve más demandante y oposicionista. Tener "todo lo que quiere" produce un placer pasajero que pronto se transforma en infelicidad generalizada.

Como contrapartida a la disciplina, los expertos recomiendan educar siempre en "positivo", lo que implica resaltar lo bueno del hijo. "Por ejemplo, si un nene estuvo tranquilo toda la mañana, hay que destacárselo. El niño recibe el mensaje y en el futuro, como a todos nos gusta que se nos reconozca, va a tender a esa conducta que fue estimulada con una sonrisa o un simple comentario", ejemplifica Soler.

Este tipo de educación se aleja del autoritarismo que definía "sí" o "no", porque sí o porque no. Tal como señala Lyford-Pike, "los niños tienen que saber que se los corrige porque se los quiere. Siempre debe quedar claro para el hijo que sobre todas las cosas hay amor incondicional. Siempre te voy a apoyar".

En el libro se dan pautas por edad, para que el propio niño pueda generar decisiones en base a valores y estilos que marcan los padres. Sólo de esta manera, estarán preparados para "salir al mundo".

Al final, los expertos advierten que el camino, aún con decisiones claras y pautas definidas, nunca es sencillo de recorrer. Pero tal como dice Lyford-Pike, "el futuro pagará por las complicaciones".

Pautas para educar mejor

Educar en positivo. Rescatar lo bueno que hacen los niños.

Asegurar amor incondicional, porque es la plataforma de despegue de una personalidad sólida. Los hijos deben tener claro, aunque cometan errores, que siempre serán apoyados por sus padres.

Definir metas para cada hijo, que se mantengan a lo largo del día incluso si los padres no están en la casa. A la vuelta del trabajo, es posible evaluar cómo se desarrolló esa meta. Ejemplo: si es un niño que habla de mala manera, la meta será que pida bien las cosas. Se puede escribir el objetivo en un gran cartel, hecho en familia.

No poner penitencias que no se puedan cumplir, pero cuando se ponen, cumplirlas siempre. No realizar amenazas sin contenido (al estilo "ya vas a ver").

Dar una sola orden por vez. Cuanto más chico, más concreto debe ser el mensaje.

Entre los castigos, el llamado "retiro de beneficios" suele funcionar bien. Si no se cumple una regla, se retira un beneficio, como mirar la tele o ir a la casa de un amigo. Las penitencias "lógicas y naturales", son las que más funcionan.

Lo que hacen "los demás"


Cada vez más, los padres escuchan de boca de sus hijos demandas y pedidos "porque mi amigo lo hace". Así, la exigencia del celular a una edad temprana suele hacerse porque fulano lo tiene. O "tengo que ir al baile porque todos van". La estrategia probablemente ha sido utilizada por niños de todas las épocas, pero en tiempos de inseguridad, advierten los profesionales uruguayos que escribieron el libro Hijos con personalidad...., las respuestas pueden ser más difíciles de dar.

Para la psicóloga Marianella Ciompi, una buena forma de combatir estos supuestos es hablar con los padres de los amigos. Así se descubre que también los otros están inseguros y que muchas veces quieren decir no. Y que muchos cedieron ante el "los otros lo hacen".

"Pero a veces te va a pasar que quizás tu hijo sea el único o casi el único de la clase que no vaya al baile, no tenga la tele en el cuarto o el celu a temprana edad. Y al final te lo agradecerán", señala la profesional.

Fuente: Diario EL País Digital (4-2-2007)